La literatura, el arte y el cine está jalonada de la leyenda de los dragones. Mirad éstas imágenes.
En la mitología los dragones era seres malvados que atemorizaban a los campesinos, mataban a los animales, esquilmavan las cosechas. El dragón se convirtió en un ser maligno que representaba todo lo que es horrible en aquel periodo. La literatura se llenó de valientes caballeros que se enfrentaban a los dragones para salvar reinos y pueblos. San Jorge y el dragón representa esa lucha entre el bien y el mal.
¿Dónde aparece la leyenda del dragón?. ¿Por qué representa todo lo malo y malvado de una época?.
Antes de continuar os pongo esta imagen.
LOS VIKINGOS EN INGLATERRA.
A finales del siglo VIII, mientras Carlomagno creaba un inmenso imperio
en el continente europeo, Inglaterra se hallaba dividida en siete reinos
surgidos de sajones, anglos y jutos, los pueblos que habían invadido
Gran Bretaña cuando declinaba el Imperio romano. De todos ellos
sobresalía el florecientre reino sajón de Wessex, hasta el punto de que
sus monarcas se creían soberanos de los ingleses. S
us reyes avanzaron hacia el norte, ocupando incluso el reino anglo de Northumbria, cuyos habitantes «lloraban por su libertad perdida» convencidos de que para ellos había acabado la historia. Pero no fue así.
En 787, según la
Crónica anglosajona,
atracaron tres naves en la costa de Wessex y de ellas salió un grupo de
hombres aguerridos procedente del otro lado del mar del Norte. Los
llamaron
wicingas, «ladrones del mar», es decir, vikingos, un
nombre que los identificaba perfectamente ya que se dedicaban al pillaje
y el saqueo en medio de crueles rituales. Regresaron cinco años más
tarde, en 793, pero ahora a la costa de Northumbria, donde saquearon el
prestigioso monasterio de Lindisfarne, y un año después hicieron lo
mismo con el de Jarrow.
En la década de 870, la mayor parte de Inglaterra al norte del Támesis ya estaba sujeta a los vikingos. Pero aún no habían sucedido los acontecimientos más memorables de esta historia.
Estos
comenzaron en el invierno de 878, cuando los vikingos se internaron por
fin en el reino de Wessex, una decisión que obligó al rey sajón Alfredo
a huir a una ciénaga. Fue un momento crítico, en el que Wessex estuvo
al borde del colapso. El reino perduró gracias a la inteligencia
política y militar del rey, que mil años después le valdría la
admiración de Voltaire: «No creo que haya habido nunca en el mundo un
hombre más digno de respeto de la posteridad que Alfredo el Grande».
El monarca expulsó a los vikingos de sus tierras y fundó ciudades a
las que rodeó de fortificaciones, así como mercados a fin de cobrar
impuestos que sirvieran para mantener un ejército permanente y evitar,
así, la sorpresa de un ataque de los terribles «ladrones del mar». Las
refriegas eran continuas, habida cuenta de la fuerte instalación de los
vikingos en la costa de Northumberland y la facilidad de navegación
desde su bases en el continente. Se sucedieron años de saqueos y de
pactos, y los descendientes de Alfredo tuvieron que elegir entre la
diplomacia o la guerra.
La resistencia
En 937, el rey Atelstan, nieto de Alfredo, optó por
jugarse el reino en la batalla de Brunanburh, con resultado inicialmente
incierto, pero que a la postre fue un triunfo que consolidó a los
miembros de la dinastía sajona de Wessex como los verdaderos reyes de
los ingleses. Fue tal la resonancia de su triunfo sobre los hombres del
norte que los reinos continentales lo tuvieron como ejemplo a la hora de
contener el empuje vikingo en sus tierras. Lo hizo, sobre todo, el
duque de Sajonia Otón el Grande, que con el tiempo se ceñiría la corona
del Sacro Imperio Romano Germánico. En 929, Otón se casó con Edith,
hermana de Atelstan, para fortalecer los lazos con la emergente Corona
inglesa.
Desde su privilegiada posición, Edith contribuyó a la estrategia
política de su marido instándole a fundar el gran monasterio de
Magdeburgo, clave de la expansión alemana hacia el este. Pero también
siguió de cerca la política de su hermano Atelstan de fundar la ciudad
fronteriza de Exeter para consolidar su dominio sobre el país de
Cornualles y el suroeste de Gran Bretaña. En 938, Atelstan se hizo
coronar rey en la ciudad de Bath, un lugar famoso por sus reliquias de
santos de época romana, con el deseo de competir –sin lograrlo,
naturalmente– con la brillante aureola de Roma. Convenció a algunos
príncipes de dinastías célticas para que llevaran su manto río abajo en
una ceremonia que vista de cerca era más tosca de lo que el rey de los
ingleses había esperado.Desde
luego, Wessex era un reino compacto y Atelstan el rey más poderoso de
su tiempo, aunque había señales de alarma en el horizonte. Por un lado,
crecía una fuerte tensión en el seno de la casa real, entre los
herederos al trono; por otro lado, persistía la siempre inquietante
presencia de los vikingos en la frontera septentrional. Ambas
circunstancias convergieron cuando falleció el rey Edgar, nieto de
Atelstan, en el año 975. Cuando se reunió el Witan, la asamblea de
hombres sabios más importantes del reino para elegir al heredero del
difunto Edgar, tuvo que escoger entre dos personajes de temperamento muy
diferente. El primero, Eduardo,
hijo de la primera esposa del
soberano, era un adolescente despiadado e inestable, cuya candidatura
creaba todo tipo de resistencias. El segundo candidato, Etelredo, era
hijo de Elfrida, la segunda esposa del monarca y la mujer más poderosa y
ambiciosa del reino. Etelredo contaba con muchas credenciales para ser
coronado, salvo una: la edad. Tenía siete años. Como era de esperar, el
Witan se decantó por Eduardo. Elfrida se retiró resentida, y desde
entonces comenzó a respirarse una atmósfera de guerra civil. En 978, el
rey Eduardo se marchó a la costa para cazar. Allí fue rodeado por
hombres armados que acabaron con su vida. Fue un escándalo porque por
primera vez en la tradición sajona se asesinaba a un rey ungido, lo que
llevó la inestabilidad al reino.
La ocasión fue aprovechada por
Elfrida para elevar a su hijo Etelredo al trono. Éste pronto fue
sospechoso de asesinato, y, lo que era más grave, la inestabilidad hizo
crecer la sensación de que en poco tiempo podrían volver los vikingos
con sus terribles saqueos de ciudades y aldeas. No era una exageración,
ya que en la vecina Northumbria, donde numerosos aristócratas eran
escandinavos, se difundían constantes rumores sobre una inminente
invasión de los reinos sajones.
El ataque de Hueso de Cuervo
La
diplomacia intervino para retrasar lo inevitable. Se gastaron grandes
sumas en sobornar a los vikingos para que no atravesasen las fronteras;
se prefería pagar ese «rescate» a soportar sus incursiones, que eran
incluso más gravosas económicamente y resultaban más terribles para la
población. Fue entonces cuando apareció en escena el terrible Olaf
Trygvasson, apodado Cracabnbe, «Hueso de Cuervo», un noruego con
excelente olfato para el pillaje, que en poco tiempo dominó las rutas de
navegación inglesas con una pericia fuera de lo común. A comienzos de
la década de 990, la fama de Trygvasson era tal que muchos jefes
vikingos se unieron a sus expediciones por las costas de Kent y Essex.
En cierta ocasión se reunieron más de noventa barcos, saqueando y
prendiendo fuego a todo lo que salía a su paso. Fue entonces cuando tuvo
lugar la batalla de Maldon, el hecho de armas más importante en
Inglaterra en el primer milenio de la era cristiana. En agosto de 991,
Trygvasson acampó junto la isla de Maldon, al norte del estuario del
Támesis, no lejos de la actual Londres. Allí acudieron los sajones y le
retaron a cruzar desde su campamento a tierra firme. Frente a Trygvasson
estaba el conde Britnoth, un sajón elegante de cabello rubio, con un
pequeño séquito de guardaespaldas cubiertos de hierro. La batalla fue
encarnizada y sangrienta, al final de la jornada los sajones huyeron
dejando el cadáver del valiente Britnoth, que se había negado a
abandonar el lugar. La derrota no dejó a Etelredo más opción que pagar a
Olaf un fuerte tributo de diez mil libras, el precedente de otros
muchos tributos convertidos en impuestos ordinarios que pasaron a
llamarse
danegeld.
En 994, el codicioso Trygvasson
regresó a por más tributos, atacó Londres y asoló los territorios
adyacentes. De nuevo se le pagó para comprar su retirada, lo que generó
el sobrenombre de Etelredo, un soberano apocado y cobarde al que
comenzaron a llamar Unroed, «el desaconsejado». La ironía era clara: no
había reino en Europa que recaudara más dinero que Wessex, pero Etelredo
lo debilitó cada vez más al no tener ningún plan para frenar las
ambiciones vikingas salvo el pago de rescates permanentes.
Los vikingos, reyes de Inglaterra
Olaf
no se contuvo a la hora de exprimir el reino, y la gente comenzó a
creer que los ataques de sus huestes eran un presagio de que el final
del mundo estaba cerca. A pesar de que el influyente y culto obispo
Wulfstan de Londres afirmó que «nadie sabe ni el día ni la hora» del fin
de los tiempos, el pueblo estaba cada vez más convencido de que la
espada flamígera de los jinetes del Apocalipsis tenía la forma de espada
vikinga. En un significativo episodio, los vikingos quemaron una
iglesia en Oxford con todos los feligreses dentro; habían acudido allí a
refugiarse con la esperanza de que Dios les librara de la muerte. Se
produjo un respiro cuando Trygvasson marchó a Noruega con el deseo de
ser coronado rey de aquella tierra. Pero el vacío de poder que dejó en
Gran Bretaña pronto fue ocupado por un jefe tan frío y calculador como
él, aunque más cruel. Era danés, se llamaba Sven y llevaba el apelativo
de «Barba de Horquilla». Sin embargo, tras una primera etapa dedicada al
saqueo, Sven cambió de estrategia y decidió apoyar a la casa real
sajona con la intención cada vez menos oculta de crear un reino danés en
Gran Bretaña. Al final consiguió aislar a Etelredo.
Éste envió a
su esposa, la culta e influyente Emma, a Normandía, y él languideció en
una especie de exilio interior. A su muerte, en 1016, los vikingos se
hicieron con el trono gracias a la habilidad de su nuevo jefe, Canuto el
Grande, hijo de Sven. Su primer gesto fue contraer matrimonio con la
reina viuda Emma y buscar su apoyo en un proyecto político que terminó
por convertir a sus sucesores en reyes de los ingleses, poniendo un
broche de oro a la historia de los vikingos en Inglaterra.
Bibliografía.
http://www.nationalgeographic.com.es/historia/grandes-reportajes/los-vikingos-en-inglaterra_6765
Ahora que ya conoces la Historia de los Vikingos en Inglaterra. Me gustaría que reflexionases porque los Dragones y los Vikingos tienen tanto que ver. No olvides la imagen del barco que he puesto anteriormente. Espero tus respuestas a través del Blog.
Comentarios
Publicar un comentario